Ser padre o madre implica enfrentar innumerables desafíos diarios: berrinches, discusiones, demandas constantes y cansancio acumulado. En medio de todo esto, es normal sentir enojo. El problema surge cuando este enojo se desborda y se convierte en gritos o actitudes dañinas que afectan la relación con los hijos. Aprender a manejarlo es una de las habilidades más valiosas en la crianza.

El enojo no es malo en sí mismo; es una emoción natural que surge cuando sentimos frustración, injusticia o agotamiento. Reconocerlo antes de que escale es fundamental. Señales físicas como tensión en los hombros, respiración acelerada o aumento del tono de voz son alertas para detenerse.

Estrategias de autocontrol:

  1. Pausa consciente: Alejarse unos segundos, respirar profundamente y tomar distancia del estímulo.
  2. Nombrar la emoción: Decirse a uno mismo “estoy enojado” ayuda a identificar y controlar el sentimiento.
  3. Redirigir la energía: Caminar, beber agua o contar hasta diez permiten liberar tensión.
  4. Pensar antes de actuar: Preguntarse: “¿Cómo me gustaría que me hablen a mí en esta situación?”.
  5. Cuidar el autocuidado: El cansancio, el hambre o la falta de sueño incrementan la irritabilidad. Atender las propias necesidades es clave.

Comunicación con los hijos

En lugar de gritar, es más efectivo usar frases firmes y claras: “Estoy molesto porque no recogiste tus juguetes. Necesito que lo hagas ahora”. Así, el niño entiende la emoción del padre y el límite a la vez.

Aprender de los errores

Nadie es perfecto. Si se pierde la calma, es válido disculparse. Esto enseña a los hijos que todos pueden equivocarse y reparar.

Manejar el enojo no significa reprimirlo, sino expresarlo de manera saludable. Cuando los padres logran hacerlo, fortalecen la relación con sus hijos y transmiten un aprendizaje invaluable: el control emocional se puede cultivar.